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I love you, keep going.

No, nada.

Prometiste quedarte. Prometiste cogerme de la mano y mantenerme arriba. Prometiste hacer las cosas fáciles. Prometiste ser un pilar en el que apoyarme los días de lluvia. Prometiste no convertirte en tormenta. Prometiste no ahogarme en la oscuridad. Prometiste hacerme invencible. Prometiste no convertirme en un mar de lágrimas.   No lo entiendo. Tropiezas con un grano de arena y todas tus promesas se vuelven niebla. Y tiemblas por miedo a que me vaya. Y sufro porque siempre te vas.

Me duele la cabeza de sentir feo.

Y tengo los ojos cargados de niebla.
No me salen las palabras. Simplemente escribo por ver si la verborrea absurda que ahora se aloja en mi cabeza deja de ser tan molesta. Nadie va a entender lo que expreso, ni siquiera yo.  Podría decirse que uno de los peores días de mi vida ha llegado. Se ha hecho efectiva la devolución de mi corazón, maltrecho y destrozado. Magullado y dolorido. Un amasijo de mecanismos sin sentido que dudo que tenga alguna solución.  Es real. He quedado muda de dolor. Mis lágrimas han encontrado un nuevo hogar en las comisuras de mi boca. Y allí se van a quedar. Aunque no tiene sentido, aquí estoy bien. Rota es mi estado natural. Es lo que me empuja a seguir o a desvanecer en mi apreciado círculo de autodestrucción. No voy a luchar. No quiero. Estoy cansada. Sólo quiero dormir y permanecer soñando en un lugar donde nada de esto existe. Donde no estás. Donde no eres dolor. Donde puedo ver el arcoiris. 
Hoy me he despertado con ganas de apagar todas las luces del mundo y que la vida no siguiera. Que con tocar un sólo botón todo quedara en pausa. Hoy la vida me pesa y me asfixia y no sé qué coño hacer. Sólo finjo que todo está igual que ayer, que nada se ha roto. Yo me he roto. Por qué.