Me siento tentada a escribir el epílogo de este mar de historias. Una especie de despedida por si al final no vuelvo, cierro la puerta y echo a andar sin mirar atrás. Como se suele decir, pasar página, quemar el libro y arder con él.

Pero me gustaría sincerarme. Después de todo.

Han cambiado tantas cosas y otras permanecen exactamente igual. Mi cabeza sigue siendo una tormenta de categoría 5 y vuela, se pierde y desaparece y a veces la ato en corto fingiendo que eso en algún momento funcionará. Incluso ahora que intento poner en orden estas palabras soy consciente de la verborrea que está por venir. Y me río y lloro y recuerdo cuando creía saber escribir bonito pero ya no me sale.  Yo que alardeaba que mis mejores textos brotaban cuando estaba destrozada y mírame, rota y sin saber qué decir. 

Rota e interpretando el papel de que todo va bien.

Y es que la vida adulta es esto y a mí me ha llegado el momento. Nada mejora con el paso de los años. Las problemas son mayores, los desastres tienen consecuencias y las lágrimas se guardan en el cajón de tareas por hacer. Y el tiempo pasa con la esperanza de que algún día todo encuentre su sitio y me deje un pequeño margen para respirar hondo.

Nadie me ha preparado para esto.

Echo de menos tantas cosas. Las horas muertas hablando de cualquier cosa. Mis manos inquietas buscando lo siguiente que hacer. La intimidad de un silencio bajo el cielo nocturno.  El cosquilleo de estar viva.

Personas que se han ido. Personas que jamás van a volver. Y nunca podré despedirme.

Joder.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Una vez más.