Tormenta de estrellas.
Si mis lágrimas ya no saben a nada, ya no es culpa mía. Me arrebataron las esperanzas de donde no quedaban. Y los pocos pedazos que quedan de mí, están tirados por ahí a merced de cualquiera.
Un pobre títere, no más. Conformista, condescendiente... demasiado buena.
O demasiado idiota.
Lo que está claro, es que de nada sirve lamentarse. Nublar la mente y que otra tormenta ensombrezca lo poco que queda.
Hoy era el día.
Hoy había lluvia de estrellas.
Pero como siempre, cualquier cosa era más importante.
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