Allí donde habitan mis terremotos emocionales.

Hace tiempo que las cosas no van bien. Nada nuevo ya que este blog está lleno de dramas sin sentido. Sólo que esta vez estoy cansada de que las cosas no vayan bien. 

Cada mañana despierto con el miedo a la emoción que va a inundar mi casa. Por eso hay días que me encantaría convertirme en un ovillo de lana y dejar pasar el tiempo en mi fortaleza de sábanas. Imagino que estoy en otro lugar donde no hay dolor que me afecte ni respuesta que me sacuda por dentro. 

Ya de por sí mi situación es complicada. Vivo haciendo cosas que no me gustan. Sí, lo sé. Es un mal necesario. Pero con el tiempo la ilusión se esfuma y cada vez me cuesta más encontrar aquello por lo que sentía vocación. Las palabras no ayudan. Los recuerdos no emocionan. Y las circunstancias no acompañan.

Y es que a lo largo del día interpreto múltiples papeles. El de estudiante responsable, el de muro de carga, el de saco de boxeo, el de animadora de situaciones insalvables... el de hija que todo lo puede. Nadie me dijo que llegar a adulto supondría interiorizar papeles que a veces soy incapaz de afrontar. Y que mi casa sería una montaña rusa de emociones en la que me encantaría no participar. 

Quizás, lo realmente malo es intentar desvincularme de todo esto y que resulte inútil. 

Porque cualquier esfuerzo no merece la pena. 
Porque mis lágrimas son consideradas como una broma de mal gusto. 
Porque mi tristeza siempre resulta una molestia.
Porque la sombra que dejó él en nuestras vidas es como un puñal clavado que no dudas en remover.
Y joder, no sabes lo que duele. 

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